Pero la inteligencia artificial puede ayudar a crear inteligencia viva analizando las señales que emiten los organoides. MetaBOC prevé utilizar la IA para desarrollar un «lenguaje» de intercambio de información con los bioordenadores, así como para establecer un «diálogo» entre ellos. Como ejemplo de sus éxitos, los científicos chinos mostraron cómo un cerebro en un chip aprende a controlar un robot de juguete: a desplazarse por el terreno, reconocer y evitar obstáculos.
Publicidad
Como explica Brett Kagan, director científico de Cortical Labs, que participa en desarrollos similares, las cuestiones éticas ni siquiera son un problema en este caso. El tejido cerebral está vivo, pero no es una criatura de pleno derecho, no tiene conciencia, aunque los científicos admiten que en algún momento de complicación puede surgir. Trabajar con ese material es menos cruel que utilizar animales de experimentación. Todas las bases existentes para los bioordenadores se cultivan a partir de células de tejido cerebral en forma de organoides especiales, cuyos análogos sencillamente no existen en la naturaleza viva.